La mayor parte de la gente, al no estar familiarizada con la Ley de Reencarnación, se inclina a culpar por su exilio del "Jardín del Edén" a sus padres legendarios — "Adán y Eva". Sin embargo, es menester recordar que cada individuo es responsable por su propia "caída". El primer acto inicial de la propia voluntad, o desobediencia, de parte de la corriente de vida en el pasado distante, inició a cada quien en el sendero descendiente. Cada hombre fue su propio "Adán", y cada mujer su propia "Eva". El primer "pecado" fue el de desobediencia a la Ley del Uno, en vez del pecado de lujuria como comúnmente se cree, culpándose los "primeros padres" entre sí por la pérdida de su inocencia, y los hijos culpando a los "padres" por haberlos privado de la felicidad de vivir "para siempre" en el "Jardín del Edén". A la luz del nuevo día, cada hombre, mujer y niño encarnado tiene que asumir plena responsabilidad por su propia "caída".
El alma es responsable, ante la Ley Cósmica, por los pecados cometidos por el ser externo (personalidad) porque mediante el primer acto de desobediencia contra la Ley de la Vida, nació una entidad extraña, la cual no tenía sitio en el Reino de Dios. Esta era la personalidad humana, la cual se fue haciendo cada vez más fuerte con cada acto de voluntad propia, hasta que finalmente descartó la autoridad de su creador (el alma); y con el transcurrir del tiempo, se convirtió en una ley de por sí, reclamando para sí existencia y derechos a los que no tenía derecho bajo las Leyes de Dios.
Sin embargo, todo esto no excusa al "alma" porque el pecado original fue cometido por un alma, y es obligación del alma de reasumir su puesto legítimo como representante del Ser Crístico en el mundo de la forma. Esto, también, constituye la razón de que se estableciera el cargo del Tribunal Kármico, de manera que el hombre pudiera aprender los efectos salutíferos contenidos en la Ley de Causa y Efecto, mediante el retorno a sí de las consecuencias de sus propios actos. La amonestación del Maestro Jesús, “todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos,” es otra prueba de la existencia de esta Ley Cósmica, la cual gobierna! la evolución del hombre en este planeta.
ANTE EL TRIBUNAL
Al final de cada encarnación, el alma comparece ante el Tribunal Kármico, y el resumen de dicho lapso se inscribe en los registros. Al principio de la próxima encarnación, el alma es citada de nuevo a comparecer ante los Señores del Karma, y cierto porcentaje de karma bueno y del malo se le asigna al individuo siendo responsabilidad de estos misericordiosos dispensadores velar que a nadie se le asigne demasiada carga de congoja debido a sus acciones equivocadas de pasado, afirmando la verdad del viejo adagio, "el Señor acomoda la espalda para la carga." Es un verdadero infortunio que la Ley de Reencarnación no sea más ampliamente conocida, ya que explicaría todas las aparentes injusticias, así como también las "cargas y pruebas" que asedian a la raza humana —y pondría los seres humanos a remediarlas.
¿Puede el alma, al comparecer ante estos jueces imparciales al cierre de cada encarnación, aducir ignorancia de los actos de la personalidad? No, porque dentro de cada individuo hay un mentor espiritual -o Ser Crístico— y antes de cometerse cualquier acto incorrecto, invariablemente tiene lugar una conversación silente entre la personalidad y este "guardián silencioso", que en el argot del mundo externo se llama "la voz de la conciencia." El alma es el mediador entre este preceptor y la personalidad, y si no impide que la personalidad lleve a cabo el acto, la culpa será del alma. Por tanto, tanto el alma como la personalidad sufren juntos las consecuencias del "pecado".
Libro: Lady Nada. serapisbey.com
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