Al final de cada encarnación, el alma comparece ante el Tribunal Kármico, y el resumen de dicho lapso se inscribe en los registros. Al principio de la próxima encarnación, el alma es citada de nuevo a comparecer ante los Señores del Karma, y cierto porcentaje de karma bueno y del malo se le asigna al individuo siendo responsabilidad de estos misericordiosos dispensadores velar que a nadie se le asigne demasiada carga de congoja debido a sus acciones equivocadas de pasado, afirmando la verdad del viejo adagio, "el Señor acomoda la espalda para la carga." Es un verdadero infortunio que la Ley de Reencarnación no sea más ampliamente conocida, ya que explicaría todas las aparentes injusticias, así como también las "cargas y pruebas" que asedian a la raza humana —y pondría los seres humanos a remediarlas.
¿Puede el alma, al comparecer ante estos jueces imparciales al cierre de cada encarnación, aducir ignorancia de los actos de la personalidad? No, porque dentro de cada individuo hay un mentor espiritual -o Ser Crístico— y antes de cometerse cualquier acto incorrecto, invariablemente tiene lugar una conversación silente entre la personalidad y este "guardián silencioso", que en el argot del mundo externo se llama "la voz de la conciencia." El alma es el mediador entre este preceptor y la personalidad, y si no impide que la personalidad lleve a cabo el acto, la culpa será del alma. Por tanto, tanto el alma como la personalidad sufren juntos las consecuencias del "pecado".
Libro: Lady Nada. serapisbey.com
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